12/19/2016

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[Artículo publicado en La Nueva España el día 9 de febrero de 2019]


                                                          MANERAS DE VIVIR



Llegaron nuevos vecinos a la aldea. Se trata de una joven pareja de hecho con un niño, adoptado, en edad escolar. Sus primeros pasos estuvieron encaminados a la búsqueda de subvenciones, ya bien sean municipales, comarcales, autonómicas o nacionales. Acertaron de pleno, actualmente ya disfrutan de un bono social para luz y calefacción, también de unos vales para comida y un sueldín mensual, lo que les permite, durante estos meses fríos, mantener la casa a una temperatura constante de 22 ºC, y si por algún casual el calor se hace insoportable no dudan en abrir las ventanas hasta que pase el sofocón.

Mientras el niño se aplica en la escuela, ellos ven cómo cae la lluvia y discurre el tiempo a través de la ventana del bar. En la vida laboral de la joven, consta que trabajó una semana, como becaria, en una conocida empresa, pero no guarda buen recuerdo de los madrugones. Su familia, que regenta florecientes negocios en una ciudad asturiana, la respalda en todas sus decisiones y constituye su pilar económico fundamental. El joven, sin oficio declarado ni conocido, emplea su ocio en la búsqueda de una limitación física que le sirva para conseguir una minusvalía. Los fines de semana, la pareja, suele acercarse hasta alguna villa costera y recalar en algún restaurante donde degustar la rica gastronomía del lugar, siempre a lomos de su imponente moto de potente cilindrada. 

En la casa de al lado vive Celestina —mujer octogenaria, viuda desde hace unos meses—, allí nació, allí se crió y ahí sigue. Tanto ella como su marido trabajaban de sol a sol, a la labranza, a la hierba, «siempre detrás de les vaques». Recuerda cuando lavaba en el río, cuando compraba al fiado en la tienda, todo para sacar adelante a sus cinco hijos. Nos dice orgullosa: «Y nunca pedimos nada, solo salú pa poder trabayar…». 

Cuenta con todo detalle sus salidas fuera de la aldea. Una vez fueron a Pimiango, en la Vespa de segunda mano que conducía su marido, y otra vez, de excursión, a Valencia de Don Juan. Nunca fueron de vacaciones. «Cuando nos casamos, el día de San Zenón, pasamos un fin de semana en Arriondas», y salvo una boda o algún acontecimiento especial nunca comieron fuera de casa. Para combatir el frío, atiza la vieja cocina de carbón al oscurecer; cuando la visitamos estaba —hacha en mano— cortando leña debajo del hórreo, aunque también tiene una estufa eléctrica, pero debido al elevado precio de la luz y a la paguina que le quedó, solo la pone en contadas ocasiones. 

Como muchas personas de antes, la vida de Celestina fue una vida de trabajo, de privaciones, de sacrificio. A punto de marchar le preguntamos por la joven pareja, nos dice que «están de vacaciones en Brasil». Algo está cambiando en la vida de los pueblos, antes se pedía salud, ahora una minusvalía. En fin, como dice Rosendo en su canción, maneras de vivir.







[Artículo publicado por el diario La Nueva España de Oviedo el 15 de enero de 2019. Trata de las aventuras de un yerbato en la Guerra de Marruecos]











                                                  EL YERBATO CAUTIVO


Hoy la lupa de la historia se detiene para amplificar y dar a la luz pública las desgraciadas vivencias acaecidas a un yerbato, lejos de su tierra, hace más de noventa años.
El cupo de soldados de aquel año determinaría que el joven Francisco Hevia Camblor fuera destinado a Marruecos, a la guerra que nuestro país libraba contra las cabilas del Rif. Como nos recuerda su sobrina Nedina, el tío Quico había nacido en San Julián, era hijo de Manuel y de Felisa, de la familia de lus Pancetus, además de él tuvieron otros cuatro hijos: Maína, Rosendo, Graciano y Manuel.

Francisco era cabo del batallón de cazadores de Las Navas, número 10, y defendiendo la posición de Kalados recibió un balazo en la cabeza, pero afortunadamente la herida no revistió gravedad. Tras un mes de continuo asedio, los españoles, ante la falta de munición, no tuvieron más remedio que huir luchando cuerpo a cuerpo contra los soldados del líder rifeño Abd el-Krim. Aquella estampida se saldó con cerca de cuarenta compatriotas muertos, otros, como nuestro protagonista, pudieron salir de aquel infierno y contarlo, pero los supervivientes fueron hechos prisioneros y otro calvario comenzaba. El tío Quico pasó por la cabila de Benigía, Somata, Larache y Laurent, hasta que en enero de 1925 es enviado a Alhucemas.

Durante el cautiverio, los prisioneros malvivían con una torta de cebada para repartir entre cuatro o cinco, incluso comentó que durante cinco días estuvieron sin comer, los mandaron a pacer al campo. Trabajaban como esclavos, por el día hacían fortines en la playa y por la noche abrían carreteras. Era un ejercicio de pura supervivencia, porque sabían y veían que a su alrededor los enfermos y los heridos eran ejecutados sin piedad. 
En estas condiciones, y aquejado de una grave afección pulmonar, pasó veintiún meses cautivo de los enemigos, no recobró la libertad hasta que se produjo el famoso desembarco de Alhucemas, el cual originó tal desconcierto entre las tropas enemigas que los presos emprendieron la huida en masa, después acabaron en la zona francesa donde serían entregados a las autoridades españolas. De los ochenta y ocho prisioneros que estaban con él solo sobrevivieron seis. Sin embargo, en el día más alegre en varios años —estando en Melilla, a punto de embarcar para la Península—, Francisco recibió la noticia más triste: la muerte de su madre.

Llegó a Bimenes enfermo, con una cicatriz en la cabeza y con la memoria repleta de historias para contar (algunas para olvidar). En aquel verano de 1926 se sucedieron los homenajes de tipo benéfico, incluso fuera de nuestro concejo. En Tuilla, se celebró un partido de fútbol; una sesión de baile en el salón de Lino, en Carbayín, y en El Rosellón hubo una colecta destacando la aportación económica de Perfecto Díaz. Pero la vida continúa. Poco tiempo después, ya recuperado de su salud, entró en la mina y contrajo matrimonio con Carmina. El matrimonio —vivió en la Campa San Juan— tuvo tres hijos: Luis, Pepe y Germán. 
Sirvan estas líneas para rescatar de las filas del olvido a todos aquellos que, como nuestro héroe Francisco, nunca se rindieron tras haber pasado por toda clase de calamidades.







[Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA (13 de noviembre de 2018). Premio San Diego 2018 concedido a dos jóvenes: Alicia y Sara.















                                      PREMIOS SAN DIEGO 2018



Un año más, la Asociación San Diego de La Fontanina, ultima los detalles para la celebración de la entrega de los Premios San Diego en su decimotercera edición. El primero se concedió, en 2006, al Iberia C. F., equipo de fútbol del concejo, por su histórico ascenso a Primera Regional, y el último, el pasado año, lo recibió Aladino Pandiella, gran deportista de varias modalidades en versión adaptada. Un premio que recibieron ilustres personalidades como el catedrático y académico de la RAE nacido en Tabayes, Salvador Gutiérrez Ordóñez; el atleta olímpico de Suares, Melanio Asensio Montes; personajes entrañables como Mable el de Melendreros, el señor de los texos, así como diferentes colectivos y personas que luchan por la cultura asturiana, empresas de embutidos, etcétera.

La directiva de la Asociación, presidida por Manuel Vega Luces, nuestro incansable Manolo, comenzó una andadura que con el tiempo se ha convertido en todo un referente, pues este premio es la distinción por excelencia que entrega un colectivo yerbato y constituye el máximo galardón que se concede anualmente en Bimenes.

En esta edición, los galardones se entregarán —por primera vez— a dos menores de edad. Simbolizan el futuro, la esperanza, el compromiso con su tierra. Estamos hablando de Alicia Villanueva —la perla de Bimenes—, natural de San Julián, de 17 años, cantante de tonada asturiana que en su ya finalizada etapa juvenil se alzó con el triunfo en los concursos más prestigiosos del Principado, destacando sus tripletes en el «Ciudad de Oviedo» y en el de «San Martín del Rey Aurelio», que se celebra en El Entrego. La otra es Sara Roces, de 16 años, bautizada en Suares —su familia proviene de La Texuca— y criada en La Felguera, como destacada jugadora de hockey sobre patines, ganadora del Campeonato Nacional de Liga, subcampeona de la Copa de la Reina y campeona de Europa.

El próximo sábado, día 17, en la capital yerbata, en los salones del varias veces centenario palacio del Marqués de Casa Estrada, tendrá lugar el acto durante el transcurso de la cena que se hará en honor de las jóvenes premiadas. Enhorabuena a las campeonas, al presidente y a la junta directiva, y a todo el pueblo de La Fontanina por su esfuerzo, por su unión y por ese saber hacer que los hace tan únicos como ejemplares.


[Artículo publicado en el diario EL COMERCIO el día 27 de mayo de 2018. Un oficio más que desaparece, en este caso el de llagareru]











                                      CÁNDIDO, EL ÚLTIMO LLAGARERO


Aunque nació en Oviedo (1-7-1936), Cándido Díaz Vigil es un yerbato más. Su padre era administrativo del diario «Región»; su madre, Petra, —de la familia de los Vigil— muere cuando él contaba cinco años, momento en que junto a su hermano Ángel, llegan a San Julián para quedar bajo la tutela de Filomena, una tía que fue una auténtica madre para ellos. De su infancia recuerda el paso por la escuela nacional con José María, un maestro de Nava, y su estancia en el internado de Corias (Cangas del Narcea). A los 16 años entra en el pozo Mosquitera, aquí estaría hasta los 20; dice que tardaba, desde San Julián, hora y media de ida y otro tanto de vuelta. Luego contraería matrimonio con Mérita, hija del llagarero Enrique y de Concha.

Tras su periplo minero, se dedicó a la fontanería, su verdadera profesión, comenzando de la mano de Armando Suárez, en Gijón. Poco tiempo después cruza el Atlántico rumbo a la ciudad brasileña de Sâo Paulo, donde estaría un año; en 1964, tras hablar con su amigo Tití emigra a París, aquí estaría cinco años trabajando en la empresa «Fricoteau». A su regreso se establece definitivamente en La Vega desempeñando su profesión de fontanero, con sede en Rozaes, complementada con la de llagarero de la reconocida marca «Sidra Enrique».

Cándido es un hombre polifacético, hecho a sí mismo, fue fontanero en tres países —cobró en reales, francos y pesetas—, minero y llagarero, y también tuvo otras aficiones. Fue jugador y directivo del Iberia C. F. , buen jugador de damas y experto cocinero, dirigente histórico del Partido Popular local y sobre todo un fiel colaborador en todo tipo de iniciativas. Un ejemplo más de esa generación nacida en los años 30 que vivieron años duros de posguerra, pero que con escasos medios y una valentía fuera de toda duda consiguieron salir adelante y dar un futuro mejor a sus hijos. 

Pertenece a una saga de llagareros que comenzó con Teyerín y siguió con Enrique Sánchez, su suegro, hasta que cogió el relevo a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. El llagar originario estaba en casa Teyerín, donde está hoy la confitería, en La Vega de San Julián, luego pasó a su ubicación actual, unos metros más arriba. Estuvo en funcionamiento hasta 1995, fecha en que echa el cierre el último llagar de Bimenes, un llagar que no llegaría al nuevo siglo, un llagar que dejó de mayar, prensar, embotellar, corchar, etc, un llagar que nos deja escenas imborrables: las espichas, las mujeres limpiando botellas delante del llagar, el trasiego en el otoño de carros, furgonetas o tractores cargados de sacos de manzanas. A los guajes de mi época siempre nos quedará grabada una imagen, cuando nos asomábamos por la boca del tonel y veíamos a Cándido acompañado de una bombilla, un cepillo de raices y una manguera de agua. 
Ahora disfruta de su jubilación desde la atalaya de La Segá plasmando en murales las casas de San Julián tal como eran setenta años atrás. Es nuestro pequeño homenaje al último llagarero del concejo.


[Dos artículos aparecidos en La Nueva España (enero y marzo de 2018) que tratan de Salvadora Rodríguez Vigón. Una mujer olvidada]













                         SALVADORA, LA MASONA DE CUSTUVERNIZ  (I)



Salvadora nace en Custuverniz y muere en Oviedo. Este año se cumple el sesenta aniversario de su fallecimiento. Pertenecía a una conocida familia yerbata, los Catanes, comprometida con los ideales republicanos y con una gran pasión por la cultura. Sus padres se llamaban Manuel Rodríguez Rodríguez, capataz de minas y natural de Valdesoto, y Josefa Vigón Llamedo, de Custuverniz. Salvadora Carmen Rodríguez Vigón nace el 14 de marzo de 1864 en esta aldea de la parroquia de Santu Medero y es bautizada al día siguiente en la iglesia parroquial de Piñera por el cura José Castaño Ordóñez.

Hay pocas noticias de su infancia y juventud. Sabemos que recibió el sacramento de la confirmación (20-7-1874), en la iglesia de San Julián, por parte de Benito Sanz, obispo de Oviedo. Sus familiares de Oviedo nos dicen que estudió en el colegio Santo Ángel de Gijón. Fue en estos años cuando comenzó a forjarse una marcada personalidad que la acompañaría a lo largo de su vida, pues nos hablan de una mujer de armas tomar, con mucho carácter, decidida, inconformista, y además «era mandona, le gustaba gobernar», nos apuntan.

En su biografía vemos que pasó dos veces por la vicaría. La primera con José —de la familia de les Coques de Viñái— a los 24 años, en contra de la voluntad de su padre, y la segunda, a los 30, con Vicente, de Piñera. Ambas bodas se celebraron en Piñera. Del primer matrimonio nació Aurora, y del segundo Mª Luisa, Graciano, Marina, Alicia, José María, Cecilio y Vicente. José, su primer marido, tras un misterioso embarque en el puerto de Gijón rumbo a Veracruz (México), falleció en esta ciudad en circunstancias sin clarificar. El matrimonio con Vicente —que sí contó con el parabién de la familia— fue estable hasta que terminó trágicamente. Primero vivieron en Piñera en una casa de corredor conocida hoy como la casa de María Poldo, luego se trasladan a Sotrondio donde su casa es saqueada dos veces: en 1934 y en 1936. Salvadora queda viuda por segunda vez, en el verano del 36, al ser asesinado Vicente. Su cuerpo fue arrojado al río Piloña.

Como anécdota, recordar que este año también se cumplen 125 años de aquel viaje que ella y su padre hicieron, a caballo, desde Custuverniz hasta Oviedo, para asistir a la inauguración del teatro Campoamor.
La casa de Custuverniz, ahora en ruinas, fue un lugar de acogida de forasteros que dio lugar a historias y leyendas que aún se conservan en la memoria popular. En ella había una interesante biblioteca —algo inusual en aquella época—. Salvadora se aficionó a leer libros y a memorizar muchas poesías, sobre todo de Ramón de Campoamor, cuyos poemas recitaba a cada instante. Como nos recuerdan sus familiares, se decía de ella que era tal su avidez por la lectura que «gastaba una vela diaria». Entre carlistas e isabelinos, ella siempre respondía, de manera tajante: «Yo, republicana».

Salvadora vivió los últimos años de su vida en Sama de Langreo con su hija Marina, pero un día estando de visita en Oviedo —en casa de su hija María Luisa, de la conocida Casa Viena— falleció de bronconeumonía, el 23 de octubre de 1957, a los 93 años.

(En el próximo capítulo pondremos el acento en el aspecto puramente masón).




[Segundo y último artículo publicado por el diario La Nueva España el 12 de marzo de 2018]












                                               SALVADORA, LA MASONA DE CUSTUVERNIZ (y II)


A lo largo del siglo XIX, en Asturias, solo hubo talleres masónicos en siete concejos: Oviedo, Gijón, Avilés, Navia, Valdés, Belmonte de Miranda y Bimenes. En nuestro concejo existía una logia llamada «Luz de Bimenes», con los siguientes componentes. El presidente era el venerable maestro Bernardo Montes Iglesias, militar de profesión. Con el nombre simbólico de «Ordoño» perteneció a dos logias: a la ovetense «Juan González Río» (1888), y a la gijonesa «Perla del Cantábrico» (1892), en esta última ocupó el cargo de primer vigilante. José Linares Lobato y Antonio Corujedo Carbajal eran primer vigilante y segundo vigilante, respectivamente. Manuel Rodríguez Rodríguez, orador y secretario, probablemente sea el padre de Salvadora, aunque también podría tratarse de un hermano de su abuela paterna Antonia. Y la quinta integrante, Salvadora Rodríguez Vigón, nuestra protagonista, ostentaba el cargo de guarda templo, su función consistía en mantener en secreto los asuntos tratados en las reuniones. Al mes siguiente se uniría Pedro Pérez Huerta, obrero. 

La logia yerbata fue la primera fundada al oriente de Oviedo. Sobre las actividades desarrolladas, hasta el momento, existe un vacío documental grande y tanto familiares como vecinos incluso desconocían el pasado masón de Salvadora, al igual que la existencia de la logia. El secretismo y épocas de prohibiciones, sin duda, lo favorecieron.
«Luz de Bimenes» formaba parte de la Gran Logia Simbólica Española del Rito Memphis y Mizraim. Preocupada por las injusticias sociales, su tendencia era republicana y principalmente anticlerical. Admitía la presencia de mujeres y abogaba por la igualdad a través de una educación laica. En sus boletines se manifiesta a favor de los derechos humanos y contra las tiranías. La prensa de la época dejó constancia de la existencia de un comité de Coalición Republicana en Bimenes donde la mayoría pertenecían a esta familia, aparecen Manuel «Catán» (el patriarca) y varios hijos.

Cuando se funda la logia, en 1892, Salvadora está a punto de cumplir 28 años, era madre de Aurora, y su primer marido, José, estaba por tierras mejicanas, poco tiempo después, en agosto, llegó la noticia de su fallecimiento en Veracruz. Esta mujer, luchadora y lectora empedernida, salta a las páginas de la historia de la masonería por ser junto con Eulalia Menéndez Vizcaíno —de la logia «Juan González Río»— las dos únicas mujeres de Asturias que en el siglo XIX pertenecían a logias con la misma capacidad de decisión que los hombres.

Algunos mayores recuerdan que la casona de los Catanes de Custuverniz, situada delante del camino real que iba de San Julián a Tabayes, siempre contó con un halo de misterio, y aún quedan en la memoria algunas historias relacionadas con forasteros llegados a caballo. Quizá tuvieran lugar aquí las reuniones de masones, las llamadas tenidas.
La masonería en Bimenes no termina en el siglo XIX, sino que continúa en el XX con otras personas —ninguna mujer—, de ahí la importancia de Salvadora. Es tarea nuestra rescatarla del anonimato y alzarla al pedestal que se merece.

(Para un conocimiento más profundo sobre el mundo de la masonería léase el estupendo libro de Victoria Hidalgo titulado «La masonería en Asturias en el siglo XIX»).









[Artículo publicado en el diario El Comercio, el 25 de febrero de 2018, con motivo del décimo aniversario de Salvador Gutiérrez en la Real Academia]










                        Salvador Gutiérrez Ordóñez, diez años en la RAE


Una ciudad y una fecha están grabadas con letras de oro en la historia yerbata: Madrid, 24 de febrero de 2008. Ese día, Salvador Gutiérrez Ordóñez tomó posesión con el discurso de ingreso titulado «Del arte gramatical a la competencia comunicativa». En su alocución evocó su infancia en Bimenes frente al macizo de Peña Mayor e hizo un guiño a El Fierrocarril (parroquia de Suares), cuna de su mujer. Ese día se convirtió en miembro de número de la Real Academia Española pasando a ocupar el sillón «S».

Hace diez años un autobús repleto de gente partía de Bimenes rumbo a la capital de España para arropar a nuestro paisano, algunos viajaron en coches particulares. Allí estaban su mujer e hijos, su hermano y otros familiares, compañeros, académicos, escritores, etc. No cogía un alfiler. La delegación yerbata la encabezaba el malogrado alcalde, Emilio González; el teniente de alcalde, Alejandro Canteli; los concejales Oliva, Sylvia, Joaquín, Mari y Carlos; también estuvieron presentes Gerardo, «Campeta», fallecido recientemente, como presidente de la Asociación de Jubilados; Manolo Vega, presidente de la Asociación San Diego, y muchos amigos que no quisieron perderse el evento.

La trayectoria de Salvador la jalonan premios y distinciones. Destacamos su nombramiento como doctor «honoris causa» por la Universidad de Salamanca (2012), Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades (2015) y Cruz distinguida de 1.ª Clase de la Orden de San Raimundo de Peñafort. En su tierra natal fue nombrado hijo predilecto de Bimenes (2008) y es Premio San Diego de La Fontanina (2007).

Este doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo —discípulo de Alarcos— fue becario en París antes de impartir clases en Oviedo y Zaragoza y, desde 1983, es catedrático de Lingüística General en la Universidad de León. Coordinó ortografías, gramáticas, es asesor de la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y autor de numerosas obras, sobre todo relacionadas con la sintaxis, la semántica y la pragmática. Aunque tenga la agenda repleta, siempre encuentra un hueco para atender las peticiones que le llegan desde su concejo natal, llámense presentaciones de libros o jornadas gastronómicas, talleres de lectura, actos con los jubilados…


Salvador nació en Tabayes el 22 de julio de 1948. Hijo de Primitivo y de Cándida. Con su madre aprendió a contar limpiando lentejas y comenzó sus lecturas con un «Quijote» que su padre había traído de la guerra. De guaje fue a la escuela nacional de Rozaes, posteriormente sale del pueblo para estudiar con los agustinos. No está reñido tener un origen humilde con alcanzar las más altas cotas, por eso es un ejemplo a imitar. Sencillo, afable, cercano y prudente son las cualidades que confluyen en Salvador, una leyenda viva. 









[Serie de tres artículos publicados en el diario La Nueva España sobre el hundimiento del galeón San José. Uno de los tripulantes era Jerónimo de Estrada, hijo del marqués de Casa Estrada]






                             EL CAPITÁN JERÓNIMO DE ESTRADA Y EL GALEÓN SAN JOSÉ



   Hace ahora trescientos diez años una escuadra de navíos españoles cruzaba el océano Atlántico camino de las costas de la actual Colombia. Por la importancia que tuvo este viaje para la historia de España y  el concejo de Bimenes retrocederemos hasta los siglos XVII y XVIII para recrearnos en la atmósfera que reinaba en aquellos años y que dio lugar a una tragedia contada por insignes personalidades y que aún perdura en la memoria de las gentes confundida entre la leyenda y la realidad.
    Así evocaba Gabriel García Márquez —con escaso realismo histórico—, en El amor en los tiempos del cólera, el suceso:

Varias veces al año se concentraban en la bahía las flotas de galeones cargados con los caudales de Potosí, de Quito, de Veracruz, y la ciudad vivía entonces los que fueron sus años de gloria. El viernes 8 de junio de 1708 a las cuatro de la tarde, el galeón San José que acababa de zarpar para Cádiz con un cargamento de piedras y metales preciosos por medio millón de millones de pesos de la época, fue hundido por una escuadra inglesa frente a la entrada del puerto, y dos siglos largos después no había sido aún rescatado. Aquella fortuna yacente en fondos de corales, con el cadáver del comandante flotando de medio lado en el puesto de mando, solía ser evocada por los historiadores como el emblema de la ciudad ahogada en los recuerdos…



La flota de Indias
Tras varios retrasos las flotas de Tierra Firme y de Nueva España —en total veintiséis barcos— partieron de Cádiz el 10 de marzo de 1706 rumbo a las Indias. Por encima de todos destacaban el San José y el San Joaquín, ambos a la vanguardia de la marina española, dos bestias capaces de transportar enormes cantidades de carga y pasajeros, además de ir equipados con material armamentístico de primer orden. El galeón San José —con sesenta y cuatro cañones— era la nave capitana o buque insignia, mientras que como almiranta lo hacía un barco gemelo, el San Joaquín. La capitana se fabricó en Mapil, astillero cercano a San Sebastián, a mediados de 1698. La madera utilizada para su construcción se cortó durante la luna menguante de febrero, y los mástiles procedían de Ámsterdam. Un año después ya estaba en Cádiz, pero tendrían que pasar seis años hasta que zarpase rumbo al Nuevo Mundo.

La máxima autoridad, como capitán general de la capitana y de la flota en general, le fue encomendada por la Corona a José Fernández de Santillán, conde de Casa Alegre, hombre de prestigio pero sin experiencia; nunca había estado al mando de una flota de galeones, y mucho menos de una Armada importante. El segundo en la jerarquía era Miguel Agustín de Villanueva, almirante del San Joaquín. Aparte de los oficiales de mayor rango también viajaban otros de menor graduación y hombres de combate, pues más de la mitad de la tripulación eran soldados y artilleros. Entre aquellos hombres se encontraba nuestro capitán: Jerónimo de Estrada. Contaba con cuarenta y cuatro años de edad, y era uno de los catorce soldados que llevaban el don delante de su nombre, como tratamiento de respeto, y probablemente fuera uno de los llamados soldados aventajados, los cuales tenían derecho a ser remunerados debido a su cualificación militar y experiencia previa.

La escuadra española, tras mes y medio de travesía marítima, llegó sin novedad al puerto de Cartagena de Indias (Colombia) —la bella ciudad colonial a orillas del Caribe y cuna del capitán— el veintisiete de abril. Aquí estaría amarrada dos años, mientras se organizaban las ferias de Portobelo (Panamá). Durante este tiempo los oficiales españoles ya sabían que la costa estaba plagada de piratas —sobre todo ingleses y holandeses— al acecho de nuestras naves. Pero ¿quién era este capitán que salió del palacio de Martimporra, donde vivía, rumbo al Nuevo Mundo?



El capitán Jerónimo de Estrada 
Pertenecía a una familia de rancio abolengo de Bimenes: los Estrada. Naturales de la parroquia de Santu Medero, durante generaciones fueron dueños y señores del coto de Tabayes, una de las tres jurisdicciones que conformaban el concejo. Los miembros de esta saga fueron bautizados en la iglesia de Piñera y sus cuerpos enterrados en el cementerio anejo desde tiempo inmemorial. Los padres del capitán se llamaban Jerónimo de Estrada Nava y Juana de Angulo. Fueron sus abuelos paternos Bernardo de Estrada (natural de Bimenes) y María Fernández Ciriego (de San Martín del Rey Aurelio), y sus abuelos maternos Felipe de Angulo, originario de la provincia de Burgos, e Isabel Bernal de Heredia, natural de Cartagena de Indias.

Jerónimo padre era un floreciente «mercader» con negocios en Flandes, España y, sobre todo, en el continente americano, de ahí que gran parte de su vida haya transcurido en Cartagena de Indias, lugar donde se casaría con una rica criolla y nacerían sus hijos. Consiguió amasar una gran fortuna: era dueño de barcos que cruzaban el Atlántico, poseía inmuebles en las ciudades de Sevilla y Cádiz, y haciendas en Morón de la Frontera y San Lúcar de Barrameda. Por su dedicación al comercio de oro, plata, perlas, esmeraldas, diamantes, etcétera, tuvo varios pleitos con particulares y con el fisco, hasta que llegó un momento en que cansado de su estancia en aquellas tierras decide regresar a España instalándose primero en Sevilla, pero tras el fallecimiento de su esposa se traslada a Cádiz. Recordemos que en aquella época estas dos ciudades capitalizaban todo el comercio con América.

Jerónimo y Juana tuvieron ocho hijos. El primogénito se llamaba como él, Jerónimo —nuestro capitán y protagonista de esta historia— nacido en Cartagena de Indias en 1661. Los demás hermanos fueron: Bernardo, Diego (casó con María Panés), José, Domingo, Juana, Gregoria (fue religiosa del convento Madre de Dios de Sevilla) e Isabel (casada con el capitán Francisco de Ribera y Real). El sueño del padre no era otro que la construcción de un palacio con su capilla anexa en su concejo. Y así fue. Desde su retiro gaditano le da plenos poderes a su hijo Jerónimo. Este llegó a Bimenes en los primeros años de la última década del siglo XVII, y con el dinero que le enviaba su padre comenzó a invertir en el concejo —tenemos contabilizadas más de doscientas escrituras entre compras y arriendos de fincas, casas y cuadras, hórreos y paneras, censos…—. Durante este tiempo se casó con una asturiana, Luisa Teresa de Argüelles. No tuvieron hijos. Parece ser que el matrimonio vivió en Tabayes mientras duraron las obras. Jerónimo ya era capitán de caballos de coraza de infantería, y no fue hasta unos años más tarde cuando obtendría, como sus hermanos Bernardo y Diego, el hábito de caballero de la Orden de Alcántara.

Durante los años que vivió en Bimenes —unos doce— despachaba a un ritmo frenético con el escribano. Él fue el encargado de formalizar las cartas de pago al arquitecto —Juan de Estrada—  y a los maestros carpinteros —Juan García y Domingo García de Abándames—, a finales de 1697, de la conclusión de las obras de la capilla y el palacio. Entre los meses de agosto y octubre de 1702, ante su hermano Diego, como podatario de su padre, hace la relación de bienes del palacio y de la capilla. Entre otros tesoros destacamos una imagen de Ntra. Sra. de la Concepción, «hechura de mano de un indio del Reyno del Perú, provinzia de Quito», que constaba de una gargantilla de esmeraldas, un par de zarcillos, un par de pulseras de perlas y una diadema de plata dorada. También había un Niño Jesús en su cuna con una cama de plata bordada de perlas y una caja de plata. Asimismo nombra dos losas para sepulturas de alabastro que son las que actualmente se encuentran a ambos lados del altar. Hizo la fundación de una capellanía (30 de junio de 1703): «perpetua y colativa, patronato real de legos, con título y advocación de Nuestra Señora de la Soledad en este santuario de Nuestra Señora del Camino…». Fue nombrado primer capellán el licenciado Pablo de Estrada, clérigo de menores, —ante la oposición del cura de San Julián, Gutierre Valvidares Estrada, quien decía que «la capellanía perjudica el derecho parroquial y otras cosas»— y abad, su hermano Domingo.

Todo discurría según los planes previstos por su padre: el matrimonio estaba instalado en su nueva residencia palaciega y no cesaba de aumentar el patrimonio de su inmensa casería. Sin embargo, algo no marchaba bien; la familia Estrada tenía abandonados los negocios americanos a causa del conflicto que nuestro país mantenía con Inglaterra debido a la guerra de Sucesión española —hacía diez años que no partía ninguna flota—. Nuevamente el padre piensa en su hijo Jerónimo para salvaguardar los intereses familiares, y nuestro capitán decide abandonar el concejo yerbato dejando sola a su esposa en el recién estrenado palacio.
Los últimos documentos que hemos encontrado del capitán antes de marchar los realizó en Martimporra ante el escribano de número de los concejos de Bimenes y Langreo, Diego de la Vega Argüelles. El último día de mayo de 1704 hace, otra vez, el inventario de la capilla y nombra a un teniente de alcalde. En ese tiempo el capitán Jerónimo era alcalde mayor de la jurisdicción de La Ribera (actual parroquia de San Julián), por un período de tres años, tras ser elegido por los vecinos el día de San Andrés, como era costumbre, y manifiesta que «por allarse prezisado de azer un biaxe a los reinos de Castilla y no saber quando podrá bolver…», hace el nombramiento de teniente de alcalde, para que administre justicia, en la persona de Miguel Canteli, vecino de la parroquia. En el acto, hace entrega a su sustituto de una vara larga ante el cura de Suares, Pedro Montes, que estaba como testigo. Al día siguiente, el primer día de junio, hace el inventario del palacio y las dependencias anejas (hórreo, panera y cuadra) dejándolo todo en manos de su mujer. Manifiesta, otra vez, que «pretende pasar a los reinos de Castilla a ciertas dependencias que se le ofrecen». Todo parece indicar que viajó a Madrid para la obtención de diversas verificaciones y nombramientos: el reconocimiento de la fundación de la capilla de Ntra. Sra. del Camino (24 de julio de 1704), el título nobiliario de marqués para su padre (concedido el 27 de noviembre de 1704) y el hábito de caballero de la Orden de Alcántara (fue despachado a su hermano Bernardo el 22 de agosto de 1705).

Con todo bien atado partió camino del sur. La travesía de la Península, desde Bimenes a Cádiz, solía hacerse en veinte días. Parece que no marchó solo, probablemente lo acompañó Fernando van den Berghe, un vecino de Condueñu, del coto de Tiraña (Laviana), que hizo en el palacio un poder a su mujer, Susana Martín, para en su ausencia, poder cobrar pan o dinero, vender muebles o raíces, etc. Sospechamos que este señor de apellido flamenco, el cual tenia gran amistad con Jerónimo, guarde relación con el hecho de que Jerónimo frecuentó Flandes (al menos Brujas), y el grado de capitán de infantería lo consiguió en estas tierras.
Una vez en la capital gaditana embarca en el galeón San José y cruza el océano llegando sin novedad a su destino. 


La batalla naval
Tras este paréntesis conociendo a la familia Estrada volvamos a Portobelo, donde fondea la flota una vez finalizadas las importantes ferias que allí tenían lugar. A punto de comenzar la época de huracanes en el Caribe y alertado de la presencia de piratas, el conde de Casa Alegre decide iniciar el viaje de vuelta. La flota de Tierra Firme estaba integrada por diecisiete barcos: la capitana San José, el San Joaquín, el Santa Cruz, Ntra. Sra. del Carmen…, aunque solo siete disponían de artillería. Partió de Portobelo el 28 de mayo, y su primer destino era el puerto de Cartagena de Indias; después estaba previsto llegar a La Habana para unirse a la flota de Nueva España, que salía de Veracruz, y así marchar las dos escuadras juntas para España.

Cuando llevaban once días de navegación, ya cerca de Cartagena de Indias, divisan a un escuadrón inglés al mando del pirata Charles Wager, comodoro del buque insignia el Expedition, equipado con setenta y cuatro cañones. Iba acompañado del Kingston, el Portland, el Gosport y el Vulture, todos dotados de una artillería de primer nivel. El conde de Casa Alegre intentaba llegar al puerto de Cartagena, pero el viento reinante dificultaba la labor por lo que giró la capitana dispuesto a entrar en combate. Las dos naves capitanas enemigas —el San José y el Expedition— comenzaron el intercambio de cañonazos hacia las seis de la tarde, pero poco tiempo después el San José se hundió con toda la tripulación y su enorme cargamento, no se sabe si debido a un fallo en alguno de los cañones que diese lugar a una explosión o por el fuego que había entrado por la bodega en la línea de flotación. La intención de los piratas no era hundirlo, sino entrar al abordaje para apropiarse de los tesoros. Este día aciago tuvo lugar el 8 de junio de 1708.

Esta fue la declaración de Luis de Arauz, capitán del Ntra. Sra. del Carmen, después del hundimiento:

Vigorosa se mantenía la batalla, siendo yncesante el fuego de una y otra parte, y horrorosa el extruendo de la artillería que haviéndose calentado con la repetizión de los disparos, expecialmente la de nuestra capitana que por todas partes parecía un bolcán; se continuó en esta forma el combate hasta más de las ocho de la noche, que se advirtió una gran llama que teniendo su origen (al parecer) en lo ynterior del buque de la capitana reventó (…), haviendo pasado la humareda me procuré adelantar a reconoser la capitana hasta el mismo paraje donde presisamente devía estar, y no viendo más que los tres enemigos con sus faroles a barlovento se evidenció la desgracia…

En el hundimiento del San José murió el conde de Casa Alegre y casi todos los pasajeros. Se calcula que las víctimas del desastre rondarían las seiscientas cincuenta. Guiados por la suerte que el destino deparó a nuestro capitán, las noticias que encontramos en el Archivo Histórico de Cádiz no pudieron ser más desalentadoras. En el testamento que realizó su padre en el mes de junio de 1709, justo un año después de la tragedia, y refiriéndose a su hijo primogénito leemos: «… murió en la capitana de los galeones del cargo del capitán general conde de Casa Alegre en la pelea y naufragio que tubo con los enemigos… En otro folio dice: «… hizo viaje a la Yndias, provincia de Tierra Firme, en los últimos galeones del cargo del general conde de Casa Alegre en que murió…».

Por la magnitud de la catástrofe se presagiaba que todos habían desaparecido, incluido nuestro capitán, pero una investigación reciente realizada por Carla Rahn Phillips, catedrática de la Universidad de Minnesota (Estados Unidos) y máxima autoridad en el naufragio (véase su libro El tesoro del San José), nos informa que en los archivos británicos hablan de supervivientes españoles que fueron rescatados por navíos ingleses: el Portland recogió a uno a las diez de la mañana, al día siguiente de la batalla; el Expedition, a tres, y el Kingston, a siete, casi al anochecer. Entre las fuentes españolas, en el mismo sentido, destacan las declaraciones del capitán de mar y guerra García de Asarta:

Llegaron a Cartagena cinco hombres de la capitana (…) que dizen escaparon en el palo del trinquete, y los cogió el día siguiente el ynglés segundo que los echó en la Ysla de Barú; estos dieron notizia de aver apresado el comandante al govierno, y que de siete que era los del palo, dos recogió el ynglés chico, y los dos se hahogaron, fiados en saver nadar, por haver calma y creer coger a la almiranta que estaban viendo.

Pero la información más destacada la encontró en el Archivo General de Indias (Sevilla) donde figura la lista de los catorce sobrevivientes: cuatro artilleros, cuatro soldados, dos mosqueteros, dos marineros, un grumete y un cabo de escuadrón. Y resulta, para sorpresa nuestra, que uno de ellos es nuestro capitán, el mismo que años atrás abandonara la capital yerbata para enrolarse en la flota que partiría rumbo a América. Aparece como «Capitán Don Gerónimo Estrada», con la categoría de infantería y el cargo de soldado, y en su historial se dice que fue trasladado al San José el 10 de agosto de 1706 y que además cobró pagas atrasadas el 25 de febrero de 1715. 

Después de la batalla los supervivientes fueron trasladados a otros barcos de la flota de Tierra Firme que estaba fondeada en Cartagena de Indias. Aquí todavía tendrían que esperar cuatro años hasta su definitivo regreso en 1712. Entonces, ¿cuándo llegó a España la noticia del desastre? Una vez hundida la nave capitana y muerto su capitán general, el conde de Casa Alegre, es Villanueva, comandante de la almiranta San Joaquín, quien se erige en la máxima autoridad, tanto en tierra como en mar, con el título de almirante gobernador. Una carta escrita por Villanueva al rey, informando del desastre, llegó a través de un barco —un patache vizcaíno— en el mes de diciembre del mismo año, es decir, seis meses después de la batalla. Todo parece indicar que las versiones serían contradictorias y la lista definitiva de los supervivientes bastante confusa, de ahí que un año después de la tragedia el viejo Jerónimo muere creyendo que su hijo era uno de los fallecidos.


Epílogo para yerbatos
Si el hundimiento del San José fue un duro revés para el rey y para las arcas del Estado —se calcula que el tesoro que transportaba tenía un valor, según Carla Rahn, de unos 5 millones de reales de plata (sobre 10 000 millones de euros actuales), además de los muchos baúles que llevaba sin declarar para evadir impuestos—, para Bimenes también fue un gran contratiempo ya que si bien el capitán sobrevivió al desastre de nada sirvió para el concejo porque, a falta de escrituras que lo atestigüen, su pista se perdió, jamás volvería al solar de sus antepasados. La mujer fue abandonada por el capitán, aunque esta aún permanecería viviendo en el palacio algunos años. En 1919 pleiteó con Diego de Estrada, su cuñado, por la propiedad de ciertas alhajas de la capilla, y en 1720 aparece con motivo de la venta de unas casas y una huerta en El Trabancal (detrás de La Riba), donde manifiesta ser «mujer legítima de don Jerónimo de Estrada, ausente de este Principado». Durante muchos años el palacio sería ocupado por mayordomos, administradores, presbíteros y caseros, siempre bajo la supervisión de la familia Estrada desde su feudo andaluz. 
Las preguntas que surgen son varias: ¿El capitán se quedó en Cartagena de Indias o regresó a Cádiz?; si regresó a la Península, ¿por qué no volvió a Bimenes?; ¿dónde está enterrado?… El tiempo y futuras investigaciones nos irán desgranando la enigmática vida de este personaje que un día salió por la puerta del palacio de Martimporra para nunca más regresar.



[Artículo publicado por El Comercio el domingo 3 de diciembre de 2017. Un recuerdo a los últimos mineros, que como Isaz, trabajaron en las minas de Bimenes hace medio siglo]















                                                                    ISAZ, EL ÚLTIMO MINERO


Hace cincuenta años echaron el cierre las últimas minas de Bimenes —coincidiendo con el nacimiento de HUNOSA— y con ello muchos mineros tuvieron que buscarse el sustento lejos del concejo. Uno de aquellos fue Isaz el de Castiellu.
Su periplo minero comienza, a los dieciséis años, en El Malatu (cuatro años), le siguieron otros pozos: El Fondón (tres meses), Mosquitera (ocho años) y El Pinganón, otros ocho años, hasta su cierre. Con treinta y seis años ya estaba diagnosticado de silicosis (primer grado) e inhabilitado para trabajar, y ante un futuro tan incierto intentó la admisión en varios pozos, pero la respuesta siempre era la misma: «Isaac Gutiérrez Llamedo, denegado». No cesó en su empeño. 

Fue a pedir modo a la mina de La Camocha (Gijón). Por medio de una amistad —un compañero de guerra de su padre— consiguió trabajo. «Trabajas tres años y ya te puedes retirar», le dijeron. Fue un cambio en su vida, nuevos compañeros y nueva residencia, todo lejos de su casa. Recuerda que durante años se asomaba a la ventana del piso y miraba con nostalgia los prados evocando su terruño yerbato. Isaz no quiso retirarse a los tres años como le decían, continuó como picador hasta completar los diecisiete y se jubiló por la edad, con 50 años y el tercer grado de silicosis. Tras su periplo gijonés regresa a su añorado Castiellu junto a su inseparable Lola, su mujer, y siempre cerca de sus hijas y nietos.

Isaz nació en La Rubiera en 1933 —hijo de Ciano y de Quelina— vivió un tiempo en Casa Manuela, después en Castiellu, y a los 19 años fue para La Rotella. De su infancia recuerda que anduvo algo a la escuela de Cuna, en Castiellu; a la de Cándido el de Justa, en La Rubiera, y a la escuela nacional de San Julián. También ayudaba en la casería, y no se olvida de los chapuzones en el pozo Bernaldino (en la vega Solavilla), ni tampoco de sus primeros pasos como aprendiz de zapatero con Quelino el Pelazu, en Rozaes.
Fue un hombre comprometido con la lucha obrera, siendo un guaje fue andando desde casa hasta Sama de Langreo para asistir al entierro de unos mineros del pozo María Luisa acompañando al Nin de La Fontanina —abuelo de quien suscribe—, nos dice que estrenó unos zapatos y le hicieron tanto daño que realizó medio trayecto descalzo. Trabajó en El Pinganón con Silverio —padre de Gaspar García Laviana, cura guerrillero muerto en combate, en Nicaragua, durante la Revolución Sandinista—, cuando vivían en San Julián. En los primeros años de la democracia se presentó a los comicios municipales formando parte de la candidatura de Izquierda Unida, durante la época del alcalde Joaquín García. Y aún recuerda cuando su padre subía al desván, al oscurecer, a escuchar la emisora clandestina Radio España Independiente, la famosa «Pirenaica».

Media vida dedicada a la minería. Ahora disfruta de una merecida jubilación dedicándose a sus aficiones. Hasta hace poco animaba las romerías con su gaita haciendo pareja con Enrique’l Llamargón al tambor; también sigue ampliando su cuadra-museo con todo tipo de cachivaches (cencerros, lámparas de mina y candiles, cepos, boliches, bacinillas…) y vive rodeado de animales: mastines, caballos hispano-bretones (ganó varios concursos) y abejas, muchas abejas, pues es un veterano apicultor y un especialista en cazar enjambres a la antigua usanza a la voz de «posar fíes, posar galanes…».
Que el sonido de la gaita siga irradiando, desde Castiellu a las aldeas vecinas, el apego a la tierra, la fortaleza ante la adversidad y una vida en consecuencia con sus ideas. Isaz es un manual de coherencia, algo que tanto echamos en falta en estos tiempos que corren.




[Artículo publicado en La Nueva España. Dos pueblos hermanados: Miranda do Douro y Bimenes]









                                          MIRANDA DO DOURO, UN LUGAR PARA VOLVER















[Artículo publicado en La Nueva España (20 de junio de 2017).  La relación ancestral entre San Xuan y la villa de Tabayes]













                                              SAN XUAN DE TABAYES



Rozaes, Tabayes, San Julián, Campa San Xuan, Viñái, Piñera, Canteli… Ya solo nos queda Tabayes: único lugar de Bimenes donde se sigue plantando el árbol el día de San Xuan.
Tabayes y San Xuan siempre fueron de la mano a lo largo de los siglos. Nos recuerda Salvador Gutiérrez Ordóñez —yerbato ilustre nacido en Tabayes, catedrático y miembro de la Real Academia Española— que la base léxica TABA se asocia a lugares sagrados, donde el gentilicio «Tabaliis» («donde los tabayos») podría dar lugar a Tabayes. Además, guarda relación con el IOVI TABALIENO, inscripción aparecida en Grases (Villaviciosa) dedicada al dios (Júpiter) Tabalieno. Quizás un antiguo rito pagano que celebraba el solsticio de verano y que el cristianismo convirtió en la actual festividad de San Xuan.

En el siglo XIV, en la antigua «villa de Taballes» —centro administrativo y lugar de residencia del cillero—tuvo lugar una reunión transcendental que cambió para siempre la relación entre los vasallos y el titular del dominio. Se eliminaron unos tributos, los llamados «malos fueros»: boda, nuncio y mañería por una cantidad fija de dinero anual; en principio, más favorables a los vecinos, según la investigación de J. Ignacio Ruiz de la Peña. Por otra parte, todos los años, el 24 de junio era el día acostumbrado en que tenía lugar la junta para elegir a los cargos concejiles (juez ordinario, alcalde mayor, alcalde de la Santa Hermandad…) del antiguo coto de Tabayes, entre los moradores del mismo. Ante el señor del coto y los curas de las parroquias vecinas, a los elegidos, tras el juramento, se les entregaba una vara como señal de autoridad. Su mandato terminaba  el día de San Xuan del año siguiente. 

Antes la fiesta se celebraba el día 23, ahora es el sábado más cercano. Siguiendo una costumbre ancestral, mientras las mujeres enraman las fuentes, mozos y paisanos, por la tarde o al oscurecer, salen en busca del árbol —siempre un «omeru robáu»— a la Mata Cureves, a La Moreuca o a El Puntarrón, principalmente. Queda izado delante de una capilla que está bajo la advocación de San Juan, en medio del pueblo; nos dice Mael que antes había árboles de veintiséis metros, pero que ahora son de dieciocho o veinte, y van plantados «mirando» para la escuela. La celebración continúa hasta que llegan las doce de la noche, entonces se prende la foguera, se queman viejos enseres y tuques de maíz, se salta por encima de ella hasta que comienzan las travesuras, un auténtico caos: se cambiaban las vacas de cuadra y los balagares de sitio, se cerraban los caminos con carros, etc. También ese día había tiempo para cumplir con otra tradición: la Muyerona. Especie de espantapájaros hecho de trapos y ropas viejas que se plantaba en las tierras que no tenían el maíz sallao para esta fecha. Se consideraba un deshonor para la casa ver tal esperpento en sus dominios.

Los vecinos se sienten orgullosos de su historia, un pueblo que resiste a la piqueta del progreso, un pueblo que conserva su tipismo y ese pasado señorial que se refleja en las casas —algunas varias veces centenarias— y en su magnífica colección de arte popular asturiano depositado en sus hórreos y paneras que, sin duda, merecerían formar parte de una ruta cultural —destacan las colondras talladas de rosetas hexapétalas y tetrasqueles—. Pese al despoblamiento rural, la llama de la tradición sigue viva gracias al empeño de personas como Mael García, cabeza visible e hilo conductor, que además cuenta con un parque a su nombre, bien secundado por Patricia Escobar, Isabel García y todo el vecindario a través de la Asociación de Vecinos de Tabayes.








  [Artículo publicado en La Nueva España (8-4-2017). Una reflexión sobre los actos culturales celebrados en Bimenes en estas fechas]



GRACIAS, YERBATOS













[Artículo publicado en El Comercio (12-2-2017). Un homenaje a Chus Ordóñez tras su fallecimiento en Francia].


                                                       EL ÚLTIMO ADIÓS A CHUS



Una enorme consternación causó en Bimenes la noticia del fallecimiento de Jesús Ordóñez, Chus, el pasado día 19 de enero en Francia, tras ser atropellado por el piloto neozelandés Paddon durante la primera especial (Entreveaux-Ubraye) del Rally de Montecarlo. Fue trasladado al hospital Pasteur de Niza, pero nada se pudo hacer por su vida. Tenía 49 años. Había partido para el país galo, en una autocaravana, en compañía de su hermano, Toni, y dos amigos: Fernando y Alfonso.
Chus había nacido en Carbayín Alto (Siero) —de donde era natural su madre— el 3 de noviembre de 1967, pero a muy temprana edad sus padres se trasladan a vivir a San Julián, lugar donde pasaría su infancia y juventud. En este tiempo realizó la enseñanza primaria en San Julián y la secundaria en Infiestu. Pronto se aficiona a la fotografía y empieza a hacer los primeros cursos. Haciendo el servicio militar en el Acuartelamiento «Cabo Noval» de Siero formaba parte del gabinete de Imagen, y recientemente había sido premiado en el concurso de fotografía de la revista «Infomotor». En su último trabajo, en las pasadas Navidades, participó con tres fotografías (de Rozaes, Castañera y Peña Mayor) en el certamen que organiza el Ayuntamiento de Bimenes.

En sus años mozos también jugó al fútbol en el Iberia, en los años ochenta, siendo presidente Tino Santamarina, aunque su verdadera pasión eran los coches. Era un asiduo seguidor de las carreras por toda Asturias, por la geografía nacional y por el extranjero (Portugal, Francia, Mónaco). Luego contrajo matrimonio con Mari Carmen, pasando a vivir a San Miguel de la Barreda (Siero). Tienen una hija de 7 años.
Su familia paterna era de Bimenes. En efecto, Abel y Belarmina fueron los padres de Jesús, Gerardo, Gonzalo, Alberto, Laurentino y Palmira. Muy conocidos en el concejo, eran una familia de emprendedores y trabajadores, casi todos dedicados al ramo de la construcción. Los dos primeros, conocidos como los Mellizos, fundaron la empresa «Construcciones Ordóñez Bimenes». Los Mellizos emigraron a Alemania en los años sesenta, también tuvieron una serrería y un bar en San Julián y fueron directivos del Iberia. 
El malogrado Chus —hijo de Jesús, fallecido recientemente, y de Covadonga— era una persona prudente y responsable que junto con su primo Nando llevaban la sociedad desde hacía diez años, tras tomar el relevo de sus padres. En la actualidad era el gerente de la empresa.
Cuando aquella noche oí en la radio la noticia de que un español había muerto en el Rally de Montecarlo nunca imaginé que tendría que escribir mi primera necrológica de alguien tan cercano, alguien que fue vecino, compañero de equipo y hasta de mili. Siempre nos quedará su gran calidad humana. Nuestras más sinceras condolencias a los familiares. Descanse en paz.






[Artículo publicado en La Nueva España. Un recorrido por algunos de los negocios de la parroquia yerbata de Suares, a mediados del siglo pasado]












                                                      AQUELLOS NEGOCIOS DE SUARES



A continuación nos adentraremos en las actividades comerciales de la parroquia de Santa María de Suares que se publicitaban en los porfolios de les Feries de Bimenes a mediados del siglo pasado: mercerías y tiendas de ultramarinos, chigres y almacenes de bebida, carnicerías, minas, fábricas, etcétera. En la Casa’l Río había una fábrica de gaseosas —donde se elaboraban sifones— y un almacén de la renombrada cerveza de Colloto «El Águila Negra»; estaba al mando de Luis Montes (luego se dedicaría a la cría de xatos) y José Montes, el conocido Pepe el Sifoneru. Subiendo por la carretera, cerca del desvío que nos lleva al cementerio, destacaban la tienda de ultramarinos de Lucas Montes (en sus años mozos trabajó en Electra de Carbayín) y, muy cerca, un comercio realmente chocante: el chigre y la fábrica de lejía de Avelino F. Montes.
En la parte alta de la parroquia, en La Texuca, se contaba con el establecimiento de Benjamín Arboleya. Se anunciaba como «bar, comestibles y pista de baile». Era el típico chigre-tienda que tanto abundaba, además disponía de un salón para banquetes de boda. Dicen nuestros mayores que fue aquí donde se vieron, por primera vez en Bimenes, partidos de fútbol televisados. Numerosos aficionados subían andando y en bicicleta desde otros lugares del valle para ver las retransmisiones, en blanco y negro, de la Copa de Europa y disfrutar de los ídolos del momento: Di Stéfano, Puskas, Kubala… Próximo al anterior se encontraba el taller de Aquilino Arboleya, hermano de Benjamín. Tenía la representación de «Comercial Tuñón» para el concejo, y vendía bicicletas y motos de las marcas Derbi y Rieju. 

Juan Albuerne regentaba otro local en Les Cruces. Juan era una persona polifacética que podía atender a la clientela poniendo una pinta, echando a andar un reloj o rapando el pelo, el bigote o la barba, pues en él confluían tres almas: la de chigrero, la de relojero  y la de barbero. A esto tenemos que añadir, en la Villa Riba, otro negocio que surtía de diferentes tipos de carne a la parroquia: la carnicería de Luisa y Joaquín del Canto. Siguiendo cuesta arriba estaban las hermanas Sánchez, Ángeles y Elena, quienes estaban al frente de un establecimiento añejo que se publicitaba solamente como un local de «comidas y bebidas».
La mayor empresa de Suares fue una mina mítica que dio trabajo a muchos yerbatos hasta su cierre a mediados de los años sesenta, se anunciaba así: «José de la Torre García-Rozado. Minas de hulla. Los Malatos número 2. Suares. Bimenes», y otro lugar emblemático, situado detrás de la Casa les Radios, lo constituía el que llevaban Cuno y Armanda, contaba con chigre-tienda, expendeduría de tabaco y estafeta de correos. El único anunciante con número de teléfono (el 6) pertenecía al taxi de Olegario Canto. Olegario fue una persona muy conocida por su profesión y por su afición al fútbol. Fue un jugador histórico—fuerza y nobleza por montera— que dio grandes tardes de gloria al Iberia C. F. También tuvo una parada de taxi en el Campu la Iglesia de San Julián.
Como ocurre en toda Asturias, debido al despoblamiento rural, apenas se cuenta con comercios en los pueblos. Sigue el Asador Noval, en El Cuitu, y en El Llugar, el bar de Juana y Mundo, un lugar de reunión de lugareños y también de turistas que visitan la Casa les Radios. Un rincón donde se pueden degustar los platos de su cocina mientras se contemplan unas espléndidas vistas de Peña Mayor. Continuará.










[Artículo publicado en La Nueva España (29-11-2016). Un repaso por los antiguos comercios de la parroquia de Santu Medero a mediados del siglo pasado]














AQUELLOS NEGOCIOS DE SANTU MEDERO



A continuación, vamos a recordar algunos comercios emblemáticos y oficios que se anunciaban en los porfolios editados con motivo de les Feries de Bimenes, a mediados del siglo pasado, y que dieron tanta vida al concejo. 
Entre los chigres, en Rozaes, estaba el de Román, con su elegante galería sobre el río y su bolera; la taberna de Paniceres, que se anunciaba como «bar, almacén de vinos y tienda de comestible», y el bar de Meana; en La Venta había el chigre de Severino Suárez; en Fayacaba, a los pies de la Peña, el bar de Antón, y en La Casilla, el bar de Vicente. 
Hubo otros oficios, hoy casi olvidados: carniceros, sastres, carpinteros, relojeros, panaderos, ferreteros o barberos. En Rozaes había tres carnicerías: la de Veneranda, la de Julio Carrio y la de Graciano Montes; las sastrerías de Luis González, de Ovidio García (vendía máquinas de coser) y la de Vicente A. González; la carpintería de Eladio García, la relojería de Juan Rivas, la panadería San Cipriano de Ernestón o la ferretería de José Estrada. Para cortar el pelo a los caballeros había un barbero (lo que hoy sería un peluquero o fino estilista), José del Corro, conocido como Pepe el Barbero.
Para el arte de la forja y la técnica de la soldadura se contaba con la fragua de Vicente Gutiérrez, quien se publicitaba como «taller de herrería, soldadura autógena, garaje de bicicletas y garaje de motos». Al negocio de la «hojalatería y reparaciones en general» se dedicaba Agustín Sánchez, quien arreglaba potas, lecheras, sartenes…, aunque su especialidad era la «colocación de canalones en el día». Emilio F. Cueto llevaba un almacén de piensos y cereales, Vicente Piñera vendía material de construcción, Albino García era contratista de obras, Ovidio Montes distribuía piensos «Ivanasa» y Sara Argüelles tenía una tienda de ultramarinos que se anunciaba así: «Paquetería, mercería y géneros de punto». 

En Tabayes, Silvino Montes ejercía de pañero y sastre. El negocio de José Nava, Casa Pepe, que contaba con «sastrería y comercio en general» destacaba en Piñera. En Cardeli había un comercio de toda la vida, Casa Celsón, y una teyera, la «tejera mecánica» de Primitivo Gutiérrez. Los hospedajes fueron los pioneros en el turismo rural. Como el de Casa Maruja, en Melendreros, cuya publicidad decía: «Visite Peña Mayor y hospédese en Casa Maruja. Cocina selecta». 
En Casa Argüelles había de todo: chigre, tienda de ultramarinos, productos de bisutería, casa de huéspedes, local para bodas, material de paquetería y bazar de calzados. Fueron renombrados los zapatos «El Tigre». Con cada par de zapatos comprados te regalaban un crucigrama que daba opción a participar en un sorteo de premios valorado en un millón de pesetas. También tenían la exclusiva para el concejo de las bicicletas «Saeta» y los aparatos de radio «Anglo». Los Argüelles fueron una saga familiar ejemplar que también se dedicaron a la fotografía. Comenzó el patriarca , Vicente Argüelles (sería alcalde de Bimenes), le siguió su hijo Pepe y ahora sigue con su nieto Juan Carlos, en Nava. A mediados del siglo pasado rezaba la publicidad: «Casa Argüelles. Laboratorio de aficionados, carnets en el acto y reportajes a domicilio (especialidad en bodas y banquetes). Teléfono 5. Rozadas».
Una referencia inevitable era la zapatería de José Llamedo, Pepe el Zapateru. A la entrada de Rozaes, un cuarto con un atrezo peculiar: montones de zapatos que con asombroso oficio y maestría siempre encontraba, y en las paredes, entre polvo y telarañas, se adivinaban pósteres del Real Madrid. Pepe iba todos los días desde La Rubiera —donde vivía— hasta Rozaes, primero en bicicleta, luego en una Derbi.
Hoy, como consecuencia del despoblamiento de nuestros pueblos, la mayoría de estos negocios pasaron a mejor vida. Continuará.